Algo de lo que no conozco todavía

Algo de lo que no conozco todavía

Cabeza abajo en una posición invertida, en desorden mis pensamientos se deslizan por mi mente. Como los créditos de una película los dejo pasar sin detenerlos hasta que desaparecen por completo. Comenzar el día en movimiento me despabila, me limpia y me conecta. Salgo de la postura y entro en la siguiente. La ansiedad, esa vieja amiga conocida, me acompaña en este primer día.

Avanzo una pierna como si diera un gran paso y con firmeza deposito mi peso sobre ambas. El ansia de no saber hacia donde voy es como un motor que me empuja a continuar. Es mi manera de funcionar, ahora lo sé. Nunca presiento con claridad hacia donde me llevan mis impulsos, pero siempre termino por llegar a algún lugar.

En una respiración profunda que acompaña mi siguiente movimiento, una sensación de aplomo se superpone a la inquietud, como si el hecho de ser consciente de no tener ninguna certeza fuera la única necesaria para sostenerme y sentirme en libertad.

Una nueva creación se pone en marcha, el espacio está vacío como una hoja blanca, palabras y movimientos danzan a su alrededor. Me sumerjo en algo que no conozco todavía, pero que descubriré. Como dice Marguerite Duras, si supiera algo de lo que se va a escribir antes de hacerlo, antes de escribir, ya sea con palabras o movimientos, nunca se escribiría.

Percepciones 3. No hay certezas que duren

Percepciones 3. No hay certezas que duren

Si solo se tratara de llaves, de tener las correctas para abrir y cerrar las puertas.

Pero esta casa, la mía, es tan poco previsible. Cambia de lugar. Se mueve y se transforma, se vuelve inaccesible por donde antes podía ingresar.

Y si no veo el cerrojo, ¿para qué me sirve la llave?

No hay certezas que duren. Nunca la misma puerta, ni las mismas llaves. Y los caminos de ayer, como aquellos que dibujaba de niña hacia la puerta de entrada, no son más los de ahora. No me conducen a ella ni me permiten entrar.

Una y otra vez, recrear las rutas para poder llegar, explorar sus límites y reencontrar el acceso.

La casa como si fuera mi cuerpo, una estructura de carne y hueso, viva y vulnerable donde puedo resonar.

En constante movimiento salgo de mi zona de confort. En esa vulnerabilidad, continúo.

Lo importante es seguir, aun sin saber hacia dónde vas.

Photo: Jean-Luc Tanghe
Dans le cadre de la résidence de recherche / collectif KMT
Avec le soutien de La Roseraie

Percepciones 2. Desenganchar

Percepciones 2. Desenganchar

Sentada contra la ventana del café, veo la sombra de mi propia mano sobre las palabras que escribo. Mi mano fluye como queriendo escapar de la sombra, como queriendo vislumbrar lo que hay detrás de ella. ¿Qué hay más allá de lo que puedo ver?

Levanto la mirada, un muro de ladrillo visto contra el cual una estantería expone algunos libros se presenta ante mis ojos. Y las voces de cuatro mujeres se interponen entre yo y lo que veo. No me molesta, solo quiero creer que no es todo, que hay algo más detrás de lo evidente.

Vuelvo al movimiento de mi mano que fluye como enganchada a mi cabeza. Quiero desengancharla y saber qué pasa. ¿Qué haría mi mano que agarra el lápiz con tres dedos en lugar de dos, si se liberara de mi cabeza? Seguiría quizás el impulso y pasearía a través del espacio, atravesando las fronteras de lo permisible. Tantearía ese muro tosco y rústico para sentir su aspereza, tomaría unos libros del estante solo para apreciar su peso y su temperatura, más fría tal vez que la del ambiente bañado de sol del café. Iría a palpar con la yema de los dedos las bocas de esas cuatro mujeres que se abren y se cierran emitiendo palabras para sentir su consistencia.

¿Osaría?

Y de pronto, mi mano se posa sobre el agua sucia que desbordó de la maceta contra la ventana. Repulsión. Recorre la superficie vetusta, sintiendo la mugre como granos de arena contra su piel. Mojada y sucia busca la otra mano, el brazo entero y la pierna, como domesticando la repulsión y continúa hacia el suelo, arrastrando consigo a todo el cuerpo.

Solo las sensaciones. El contacto de la piel contra la piel, de la mano aún humedecida que tantea el suelo dejando huellas. El cuerpo desenganchado que se deja ir, “qui s’offre, se donne, s’abandonne”, como en un acto de sondear los límites, de quebrar barreras.

Photo: Gabriella Koutchoumova
Dans le cadre de la résidence de recherche / collectif KMT
Avec le soutien de La Roseraie

Percepciones 1. Des-componer

¿Acaso importa que no se comprenda
Lo que hay detrás de las palabras
Que cuando dices algo entiendan otra cosa?

Descomponer
Separar las partes
Como posibilidades para formar algo
Algo nuevo que resuene

Pero, ¿por qué querer nombrar lo que nos habita?
Como si al hacerlo le diéramos consistencia
¿Y si ya no puedo componer palabras?
Construir mis frases
Nombrar lo que me moviliza
¿No existe?

Y mi cuerpo en el espacio que se mueve fluido
Que se sacude enérgico y se relaja
Que se desplaza, corre, salta y cae al piso
Que se acurruca sobre sí mismo y se protege
¿No es acaso igual?
O aún mejor
El lenguaje exacto para dar forma a lo que hay
Lo que es
La forma directa de lo que me habita.

¿Y si no puedo formar más palabras
Sobre un pedazo de papel?
¿Acaso importa?
Mi cuerpo que fluye
Escritura en el espacio que ocupa
Sin certitudes
Lo que es
Resuena

Photo: Jean-Luc Tanghe
Dans le cadre de la résidence de recherche / collectif KMT
Avec le soutien de La Roseraie

Entre divagaciones y sensaciones

El ambiente festivo del parque bajo el cielo azul, tan poco usual en Bruselas, sumado a la excitación de la gente, me incitaron a decidirme a último minuto. Y con la ingenuidad de quien jamás ha corrido 10 kilómetros, atravesé la línea de partida con energía, junto a la masa ansiosa de participantes.

En los primeros metros, me concentré en sincronizar mis pasos con mi respiración y en encontrar un ritmo que me pareciera adecuado para llegar al final. Luego me dejé arrastrar por la multitud, sintiendo el roce de las personas que me pasaban y de las que yo adelantaba.

De pronto, mi mente partió detrás de una idea dejando a mi cuerpo seguir la carrera.  ¡Ah!, cómo me hubiera gustado tener mi libreta de notas conmigo o al menos mi teléfono, para poder registrar esa seguidilla de imágenes que desfilaban por mi cabeza y todas esas historias que se iban creando, con personajes de carne y hueso. Como la de aquel hombre que en un momento corría a mi lado, dejando caer con fuerza y estruendo todo su peso, de quizás 58 años, sobre sus piernas huesudas y enclenques. O la de aquella niña diminuta que, con timidez, pero a paso ligero como el de una ardilla, se escabullía entre la gente que le doblaba en altura. Si le di 12 años era por ser la edad mínima requerida para participar de la carrera, sino le hubiera dado máximo 10 como mi hija.

Y así en un principio, entre personajes e historias imaginadas, fluía en la carrera sin darme cuenta, sin sentir el esfuerzo, hasta que algo me traía de vuelta. Como el sentirme de repente estampillada contra el corredor de adelante, porque de manera inesperada decidió detenerse, generando una colisión en cadena. O como la ambulancia que a grito de sirena avanzaba con dificultad entre la masa apretada, que corría en una pequeña ruta empedrada en pleno bosque y que tenía que hacer el esfuerzo de cederle el paso.

A penas volvía a encontrar mi ritmo, me iba de nuevo en imágenes y pensamientos, constatando que al hacerlo engañaba al presente, lo disuadía. ¿Cómo decirlo?, entraba como en otro tiempo, en el que fluía sin sentir el esfuerzo físico. Pero resulta que cuando volvía al bosque, a la carrera, a mi cuerpo, me daba cuenta que no había avanzado mucho, que ni siquiera había pasado al siguiente kilómetro.

Y me acordé de Johnny en “El Perseguidor” de Cortázar, aunque no era exactamente igual, me pareció lo mismo. Correr en medio de ese río de gente que se dirigía hacia la misma dirección, era como estar metida en un reloj, en el que mis pasos marcaban los segundos. Cuando me dejaba ir en pensamientos, entraba a otro tiempo. No ese lineal, sino a otro más redondo que era el mío.  Sí, era exactamente eso lo que sentía. Y no había ninguna relación entre el tiempo de la carrera y ese otro circular que transcurría, pero no avanzaba en el espacio. Porque si contaba todo lo que había pasado entre los pasos en los que despegaba y los que aterrizaba, tenía seguro para más de los cuantos metros que había recorrido.

Esa idea me angustió, estaba cansada y creí comprender de repente lo que 10 kilómetros podían significar. Quise partir de nuevo detrás de alguna de las imágenes que antes me llevaron lejos, pero las sensaciones del presente eran tan intensas, que no me dejaban despegar. Estaba como anclada en el instante, al ritmo de mis pasos, de mi respiración agitada y mi corazón en la garganta.

Nadie me obligaba a seguir, podía detenerme en cualquier momento y continuar caminando o incluso, hacer un cruce transversal para escapar de ese flujo. Pero parar o caminar, era como salirme del tiempo y una vez engranada en algo, la única salida que me podía permitir yo misma, era la de llegar hasta el final.

Así que, a modo de darme ánimo, me dije: ¿no se supone acaso que se trata precisamente de esto, es decir, de vivir el instante?, tratando al mismo tiempo de encontrar el placer del momento. Pero en cambio, el choque cada vez más intenso de mis dedos contra mis zapatos nuevos, hizo resonar la voz de Maya en mi cabeza. ¿Cuánto dura el presente?, había preguntado ella.

Y como si estuviera invocando algo, comencé a repetir en ciclo: uno, dos, tres… al inicio de cada expiración y acompasando con mis pasos. Me acordé haber leído que la duración en la que nuestra mente percibe los datos sensoriales, es decir, la sensación del presente, era de tres segundos y me pareció larguísimo. Me sentí caer sobre mi presente, uno tras a otro, a cada paso que daba. O más bien, que éste se desplomaba sobre mí, sobre mi cabeza chamuscada bajo el sol y mi cuerpo cansado. Todo lo que sentía en esa seguidilla de instantes estaba relacionado con la carrera.

Constatación que me generó una especie de alivio, porque si el presente era algo así como el promedio de los últimos quince segundos, resulta que tanto el mío como el del resto de participantes, estaba invadido por las sensaciones y experiencias de la carrera. Entonces pensé en mis amigos que también corrían conmigo y sentí una especie de solidaridad colectiva. Todos a su modo, compartíamos el mismo presente aún si no nos veíamos.

Entre divagaciones y sensaciones del instante me encontré, de pronto, en el noveno kilómetro con una energía inexplicable. ¿Había encontrado acaso, en ese va y viene entre estar en mi cuerpo y dejarme ir en mis pensamientos, la manera de fluir en el presente a pesar del esfuerzo? Me sentía inspirada. El movimiento me liberaba.

Y así, con mi cuerpo sensible y la presencia ya un poco borrosa de todos esos personajes, ideas e historias que me habían acompañado, atravesé la línea final sostenida en mi propio instante.

Cuando te vas yendo

Qué importa que en apariencia permanezca ahí
El cuerpo
Lo cierto es que está y mi alma se agita
Sale
Las paredes caen vencidas
Se aleja
Libre y ágil
Atraviesa la ciudad
Continúa más allá
Elevándose
Se zambulle hacia arriba
Más allá de las miradas
y luego emerge
Como entre sueños
Ligera
De lugares no posibles
Aún no posibles
Mas que surgirán
Flotando
Ondulante
Las miradas me sostienen de un hilo
Como a un volantín
Testigos del cuerpo
Vuelo

Si la posibilidad de elevarse atraviesa mi cuerpo
Si esa posibilidad resuena
Es porque alguna cosa semejante al vuelo se estremece dentro de mí
Aquí estoy
De vuelta en el cuerpo
Me sorprendo ante el espejo
Apenas puedo creer que tengo límites

Otras veces

A veces el tiempo avanza sin hacer ruido y yo engrano en él sin mayor dificultad. Mi espíritu es ligero y se entrega al día sin resistencias, sin preguntas sobre el sentido de las cosas, de cada uno de mis actos, de cada palabra dicha o no dicha. En los días como esos, mi presencia desborda el espacio que habito, la energía palpita en mi cuerpo y la palabra intensidad está por todas partes.  Pero otras veces, aunque todo tiene la misma forma y ocupa el mismo espacio, aunque todo sigue igual en apariencia mi espíritu agitado en modo “todo es demasiado y nada es suficiente” se arrastra a lo largo del día sin encontrar sentido en el tiempo que pasa.

En cet instant

Maintenant
Quelque part
Une goutte d’eau s’écrase contre une fenêtre
Ploc
Et à cet Instant précis dans un autre lieu
Une femme ouvre les yeux
Un couple juste après l’extase au bord du lit
Mmmeuh
Une vache s’arrête au milieu du chemin

En ce même instant
Les yeux d’un chat s’illuminent dans la nuit
Une araignée surgit d’un égout
Et ailleurs
Sous le soleil de midi
Un banc d’oiseaux traverse le regard d’un enfant
Un feu passe au rouge
En ce même instant
Un homme éteint sont réveil
Bonne nuit, dit un vieux monsieur
Et plus loin
Une poule pond un œuf
On poursuit un homme
Tout se brouille

Et en ce même instant
Pour tous
Implacable
La pendule oscille
Tic tac
Tandis qu’ils font l’amour
Tandis qu’elle ouvre les yeux
Tandis qu’elle pond un œuf
Tic tac
Pour tous
Le temps
Continue à avancer

Mais il arrivera le moment
Oui, il arrivera le moment
Où le temps avancera
Sans faire de bruit
Seulement il avancera
Pour tous les instants
Simultanément
Comme maintenant
Identique
Mais moi dans mon instant
Moi je ne le sentirai pas
Ce que je vis sera plus grand
Aussi grand que d’avoir des ailes
Que la suspension d’un orgasme
Si grand que cela me dépassera
Il n’y aura pas d’espace pour savoir le temps
Me pousseront les ailes
Oui, me pousseront les ailes
Et tout sera
Finalement
Tout sera en moi
Finalement

Texte: Claudia 
Traduction: Aude